No obstante, y al mismo tiempo que avanza como una ciudad contemporánea que mira al Tajo y al océano y hace de Belèm y el Parque das Nações un referente de la nueva arquitectura, Lisboa puede presumir de ser, después de Atenas, la segunda capital más antigua del continente europeo, cuatro siglos aún más vieja que la propia Roma y construida también sobre siete colinas (o quizás más).
Ya los fenicios establecieron en ella su puerto de avituallamiento para sus expediciones comerciales hacia el norte, convirtiéndose por derecho propio a lo largo de su historia en la puerta atlántica de Europa y en metrópoli de la aventura colonial portuguesa.